DE LA LOCURA Y LA CORDURA POLÍTICA DEL PIJAO
Una reflexión regionalista y municipalista
Por: Alberto Bejarano Ávila 
Estamos progresando! Esto osan decir muchos caraduras duchos en maquillar las crudas realidades para fraguar falsas percepciones y también esto lo dicen algunos coterráneos buenos pero ingenuos y generalmente desprovistos de referentes de modernidades y de autonomías. Si mirásemos en retrospectiva, digamos hacia dos o tres decenios atrás, sin mayor dificultad podríamos advertir que en aquellos años de un pasado no lejano los pijaos teníamos mejor equipamiento institucional y mayor dinámica económica y, si de tal manera no se pudiere apreciar, recordemos entonces a Electrolima, a Teletolima, a Hidroprado, a las industrias nacidas de la “Ley Armero”, a las tradicionales industrias de alimentos, metalmecánicas, cueros y plásticos, a las épocas de la agricultura boyante en la llanura y en la vertiente, a las cooperativas influyentes, a las sedes regionales de muchas instituciones nacionales y, recordemos también, como nuestros diversos roles ciudadanos, aunque restringidos, eran protagónicos, mientras que hoy, así deberá reconocerse, ni siquiera de modo restringido somos protagonistas, pues en los días del presente nada de importancia o de relevancia sucede, ni sucederá, por voluntad y decisión de los tolimenses y de los ibaguereños, sino por el acuerdo y los intereses de las burocracias centralistas, de los despachos de los oligopolios nacionales o de las casas matrices de las multinacionales.
En su Carta de Jamaica, Simón Bolívar menciona de Montesquieu esta frase: “Es más difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre”. Al reflexionar sobre el significado de esta vieja sentencia, nuestro espíritu se aflige instintivamente y un sentimiento de sobresalto nos invade ante el temor, nada descabellado por cierto, de que los tolimenses, tal vez sin percibirlo así, hayamos transitado desde unas épocas de relativa independencia y autonomía hasta unos tiempos sociales de inicua dependencia, lugares estos desde donde solo existe un corto trayecto a la subyugación total. Qué desconsolador, pero este pensamiento sobrecogedor, tan vecino de nuestra realidad, de alguna manera se afinca al constatar nuestra inveterada renuencia a la unidad regional y la tenaz cerrazón a la pluralidad y a las posibilidades de lo diferente y, sobre todo, es un miedo que se incuba y se agranda cuando se pone al desnudo nuestro precario peso político en los espacios nacionales y nuestra desproporcionada crítica atiborrada de lugares comunes, tan inocuos como molestos.
Decía Schopenhauer, citado por William Ospina, que “La locura es la falta de la memoria” y, con respeto al lector y apelando su indulgencia, que otra cosa puede uno pensar sino es que mucho de desvarío político, cantos desorientadores, irrebatibles evidencias de crisis imaginativa, y muchas muestras de incertidumbre social, son los caracteres más palmarios de nuestra singular tipificación de sociedad regional. Claro que así es, nos embrollaron, nos la robaron, nos la enervaron y hoy tolimenses e ibaguereños no gozamos de buena memoria histórica y, justamente, es esa ausencia de coordenadas en nuestros tiempos la que nos convierte en miembros de una estirpe desconcertada, huérfana de sueños decorosos y víctima de tantos intereses tan ajenos como insolidarios.
Es incuestionable, se aprecia fácilmente en el discurso cotidiano, en el escrito diario y en la palabra lanzada al aire, la verdad es que hoy no tenemos agenda alguna de región o de municipalidad y, es el súmmum paradójico, de tan prolífica acuciosidad partidista, de tanto grupo pro electoral y de tanto activismo proselitista, no alcanza siquiera a insinuarse un proyecto político endógeno que pueda liberar las energías colectivas y propiciar nuestra unidad por ideales comunes y, además, si aguzásemos los sentidos, podríamos advertir de igual manera que prácticamente en todas nuestras discusiones, opiniones y teorizaciones del presente, los temas que se ponen en la palestra, además de recurrentes, apenas si son “calentados” hechos con las “sobras” que ayer dejaron otros protagonistas desde otras latitudes.
¿Es verdad que vivimos un lamentable estado de pobreza y desesperanza en un ecosistema regional pleno de riquezas? ¿Es cierto que carecemos de oportunidades en un territorio de promisión? Si estas son verdades de a puño ¿Dónde entonces es que logra inhibirse nuestra imaginación, nuestra vocación y nuestra voluntad política para que, como colectivo regional, podamos asumir las quehaceres de construcción de una equitativa prosperidad, máxime sí tenemos cuenta, por supuesto, que contamos con envidiables recursos que la naturaleza nos tiene reservados para concedérnoslos con generosidad?
Por generaciones enteras los tolimenses hemos sido contaminados, a veces con nuestra incauta aquiescencia, por paradigmas sutiles e inoculadores de dependencia y nimiedad política y en ningún tiempo pasado del cual tengamos noticia se intentó al menos teorizar y proponer la autonomía regional, la defensa de los recursos naturales o el desarrollo endógeno hecho a nuestra medida y promovido por iniciativa nuestra y con nuestro esfuerzo. Lo reafirmamos, no tenemos, no hemos tenido proyecto político alguno de región o de municipalidad y, sin embargo, nos aqueja el turbador y grave equívoco de creer que sabemos mucho de política tan sólo porque por decenios hemos practicado la politiquería y el electoralismo y, parece también, que algunos a estas alturas del siglo XXI aun estamos persuadidos de que la democracia es simplemente el mero ejercicio de votar y rehuimos a la razón cierta de que la democracia solo puede adquirir verdadero sentido y legitimidad en los dominios de la plena equidad social.
Las agencias partidistas, los teorizantes, los catequizadores de prosélitos, las vertientes ideológicas y los colectivos sociales, nunca se han imbuido de regionalismo y de municipalismo y esa insuficiencia ideológico-histórica de contextos territoriales y sociológicos ha hecho que toda nuestra institucionalidad política sea liviana, insípida y ahistórica y nos enceguece para evitar que podamos comprender a cabalidad que la historia del futuro Pijao aun no ha sido escrita y que todo tolimense y todo ibaguereño debería estar totalmente resuelto a que la historia del mañana no pueda escribirse sin su participación.
El Tolima tiene una superficie de 23.500 kilómetros cuadrados e Ibagué una superficie de 1.400 kilómetros cuadrados y, ha de saberse, que en el mundo existen tal vez 100 países o estados del mismo o de menor tamaño que el del Tolima y alrededor de 60 países o estados del mismo o menor tamaño que el de Ibagué, información ésta que permitiría colegir sin mayor dificultad como en nuestra región y en sus territorios municipales, tan ricos, complejos y cercanos, bien pueden caber unas concepciones de Estado, pueden albergarse sueños de sociedad del mismo tamaño de nuestros anhelos, pueden delinearse quehaceres de futuro dignos de una estirpe con vocación histórica y puede, literalmente, apuntalarse un lugar propio para los propios que perdure en el tiempo insondable.
Haciendo un metódico y riguroso examen sociológico, económico y político podría probarse que nuestros tiempos y nuestros espacios sociales son anacrónicos y asimétricos. Anacrónicos porque a la luz de cualquier escenario moderno nuestras estructuras y prácticas productivas, nuestros grados del conocimiento y de la ciencia y nuestro acumulado cultural aparecen como decimonónicos. Asimétricos porque en los, digamos, 80 kilómetros cuadrados del área urbana de Ibagué convive el 40 o 50% de la población tolimense y en los 23.500 kilómetros cuadrados del Tolima se halla el otro 50 o 60% y, ante tal desproporción espacial, poco o nada se intenta hacer para armonizar socialmente los territorios, para explosionar y equilibrar las dinámicas económicas y para tejer social y políticamente lazos de regionalidad y, pese a tanto vestigio de premodernidad, los sofistas, siempre presentes en estos lares, no cejan en vendernos naderías de modernismo empaquetadas en imágenes de modernidad para persuadirnos de que tal como vamos, vamos bien. 
Rayaría en ingenuidad o en inadmisible insensatez pretender que actuando de la misma manera como lo hemos venido haciendo a lo largo de la historia, ibaguereños y tolimenses pudiéramos lograr resultados diferentes a la infortunada construcción que hoy se plasma en circunstancias de pobreza, indignidad y desasosiego y por ello se hace apremiante que todos, usted y yo, accedamos a entender que únicamente con un vigoroso proyecto político regionalista y municipalista, imbuido de incondicional humanismo, es posible trascender esa unidimensionalidad economicista que hoy se erige como faro orientador de caminos de progreso y. con nuevos nortes por guía, podamos incursionar de manera consciente y decidida en una dimensión sistémica, donde la organización social, las estructuras económicas, todo lo entendido como público y la educación para el desarrollo regional y el buen vivir de sus pobladores, se entiendan como categorías connaturales y constitutivas de una misma “concepción de Estado” y por ende con tal carga de sinergia, complementariedad e interdependencia que las haga merecedoras de un mismo énfasis programático-político y de una misma intensidad y dedicación de recursos y de esfuerzos. Privilegiar la unidimensionalidad economicista es tutelar la exclusión y autocondenarnos a la dependencia, abrirnos al pensamiento sistémico permitirá desplegar una perspectiva de futuro autonómica e incluyente.
Aunque resulte inusitadamente provocador es necesario plantear, a manera de conclusión, que esa extemporánea imagen del buen dirigente o del buen gobernante que hoy solemos medir en metros o en kilómetros de pavimento, en pericias con el presupuesto público, en actos de beneficencia o en habilidades para el privilegio, tiene que ceder el paso al arquetipo vanguardista del buen dirigente o buen gobernante que en esencia debe revelarse en su vocación y su voluntad para interpretar y enriquecer los ideales de sociedad que subyacen en los imaginarios ciudadanos, en su honda comprensión de la territorialidad y, desde luego, en su disposición e idoneidad para construir de manera compartida la visión de futuro y los derroteros que habrán de conducir a una sociedad especifica hacia ese futuro ideal por todos anhelado y, así entendido, resultaría ahora apenas pertinente aconsejar a todos los partidos o grupos de poder actuantes en el Departamento del Tolima que se decidan a tomar la sabia decisión de incorporar a “sus plataformas ideológicas” las tesis y las prácticas regionalistas y municipalistas y, siendo aun más osados y habida cuenta de la insignificancia y del fracaso rotundo del politiqueo frente a las expectativas de los tolimenses, podríamos aseverar que ya puede ser el momento propicio para que muchos, sensatamente, consideráramos la decisión histórica de constituir una unión, alternativa, movimiento o partido regionalista Pijao capaz de fundir una ideología regionalista y municipalista con la voluntad política requerida para hacer realidad esos idearios.  
Carta del senador Jorge Enrique Robledo a Conrado Adolfo Gómez, superintendente de Salud, 14 de marzo de 2011.
Hace un año, el 11 de enero de 2010, la Superintendencia Nacional de Salud le ordenó a la EPS Saludcoop devolver al sistema de salud 318 mil millones de pesos que había invertido en activos fijos y otros gastos que no correspondían a la prestación de servicios de salud, entre los que se destacan la remodelación de clínicas y la adquisición de un software. Y le prohibió pagar 300 mil millones de sus pasivos financieros con los recursos de la UPC, es decir, con los aportes que hacen los colombianos al sistema. La orden se fundamentó en las normas y en la abundante jurisprudencia que le prohíben a las EPS usar los recursos públicos del sistema de salud para incrementar su patrimonio privado. La Superintendencia confirmó su decisión en dos oportunidades, la última de ellas el 5 de agosto de 2010.
Pero con el nuevo gobierno, el 2 de febrero de este año, la Superintendencia que usted dirige firmó un acuerdo con Saludcoop y revocó las mencionadas órdenes. Al cambiar las decisiones anteriores, la Superintendencia consideró que las EPS sí podían tomar los recursos de la salud de los colombianos para acrecentar su patrimonio.
Esta nueva interpretación permite que los recursos de la salud de los colombianos puedan no usarse en la prestación de los servicios de los afiliados a las EPS. Si se permite que las EPS usen esos recursos para invertir en activos fijos e infraestructura, así sea en clínicas y consultorios médicos, se legitima que las empresas privadas tomen recursos públicos para incrementar sus patrimonios privados, hecho que, además de indeseable porque daña la atención en salud, viola la normatividad vigente.
En la Sentencia SU-480 de 1997, la Corte Constitucional afirmó que los recursos del sistema de salud no son de las entidades territoriales y que “ni mucho menos las EPS pueden considerar estos recursos parafiscales como parte de su patrimonio”. Y el Consejo de Estado señaló, en sentencia del 30 de julio de 2009, que de la garantía de la prestación del POS que deben brindar las Entidades Prestadoras de Salud no se puede concluir “que para organizar el servicio de salud autoriza a las EPS para realizar inversiones permanentes con cargo a la Unidad de Pago por Capitación, por ejemplo, para invertir en infraestructura”. Luego es evidente que los recursos del sistema no pueden invertirse en clínicas y software, por lo que la Superintendencia debió mantener las órdenes que le había impartido a Saludcoop.
Entonces, señor Superintendente, cordialmente le solicito dar respuesta a las siguientes preguntas:
¿En qué normas y análisis se apoyó esa Superintendencia para revocar las resoluciones que le ordenaban a Saludcoop devolver al sistema de salud 318 mil millones de pesos de recursos públicos que usó para invertir en activos fijos e infraestructura y que le prohibía destinar otros 300 mil millones de los recursos de la UPC al pago de pasivos financieros? Por favor, detallar.
¿Qué norma legal y qué análisis autoriza convertir recursos públicos en patrimonio privado? Favor sustentar en detalle la respuesta.
¿Puede el Estado obligar a una EPS a usar su patrimonio de manera que no le genere utilidades? Si la respuesta es sí, ¿con que normas y con cuál análisis?
La presente solicitud la hago amparado en el artículo 258 de la Ley 5ª de 1992.”
¿Qué hago con mis productos?
Publicado por IFRYDHE S.L.N.E.- www.ifrydhe.es
Renovarse o morir. Está claro, y no creo que sea del agrado de nadie la segunda opción. Paradójicamente, uno de los mayores problemas que tienen las empresas es cuando consiguen su éxito. Bien es conocida la ley del éxito, el éxito lleva a la arrogancia y la arrogancia al fracaso. Estamos en un entorno en que el ciclo de vida de los productos cada vez es más corto, y por supuesto los márgenes de las empresas más ajustados. Si usted opta por diferenciarse en costes, debe ser usted de los mejores y luchar contra esos márgenes, si por el contrario opta por generar productos de mayor valor añadido, productos diferenciados le basta con ser diferente al resto de los productos que se ofrecen. ¿La clave? Innove, investigue, estrújese las meninges, siempre se puede mejorar alguna cualidad del producto y que el comprador así lo valore. ¡Lo de siempre, no funciona para siempre! dedique parte de su tiempo a ser creativo y verá como merece la pena. Los clientes demandan soluciones diferentes, pues ofrezca algo diferente, mejor y actúe más rápido. La innovación debe formar parte de su espíritu empresarial, y no asocie innovación con desarrollo tecnológico. Innovar implica hacer las cosas de forma nueva, de una forma que probablemente no haya realizado hasta ahora y no todo pasa por hacerlo mediante un ordenador. Un ejemplo, coja agua del mar, depúrela, embotéllela y haga llegar el mensaje al consumidor de las zonas de interior de cómo quedará el marisco si lo prepara con esa agua… Convierta un recurso inagotable en un delicatesen, simplemente habrá innovado.

La dificil, o imposible, situación energética
Publicado por IFRYDHE S.L.N.E.- www.ifrydhe.e
EEUU está pensando en tirar de su reserva energética, con precios de la gasolina prácticamente en máximos... Gadaffi que, tal vez a conciencia, se centra en atacar instalaciones petroleras... fomentando una mayor incertidumbre.
Pero lo cierto es que la situación, desde hace muchos años, es insostenible con un país como EEUU que supera en 14 veces el consumo medio mundial y con una diversificación energética mínima.
Parece evidente que tanto Europa como EEUU han sido tomados por sorpresa por la subida del petróleo, pero de fondo hay factores que no son coyunturales:
- Una demanda creciente en los países de mayor crecimiento, China, India y en gran parte de Latinoamérica, que por su peso demográfico garantiza tasas de incremento de la demanda petrolífera superiores a los dos dígitos.
- Una clara falta de sustituto al petróleo, los coches eléctricos/con hidrógeno son poco competitivos por el coste y su autonomía, las renovables son poco competitivas frente a los hidrocarburos y la nuclear (mientras no llegue la fisión) es contaminante y socialmente poco aceptable
- Finalmente unos hábitos de consumo completamente irracionales con vistas a las generaciones futuras.
Estamos ante un problema estructural de la economía mundial... de momento las posibles soluciones no son sino parches motivadas por una crisis coyuntural...
 No hay ningún político que de manera largoplacista esté pensando en solucionar la crisis energética, hacen falta sin duda otro tipo de medidas... sino el petróleo, con, o sin crisis libia seguirá subiendo a poco que vaya bien la economía mundial.
Y de la industria qué
Por: Jorge Enrique Robledo
Hablar del desarrollo en serio de un país como Colombia sin proponerse industrializarlo constituye una bobería. Pero así ocurre. Es más: si algún sector ha sido golpeado por dos décadas de libre comercio es este. Ha sido tal la “desindustrialización” del país –así la llamó en los años noventa el anterior presidente de la Andi–, que esa sigla ya significa Asociación Nacional de Empresarios, no de Industriales, cambio de nombre que reconoce el peso que cobran dentro de la organización otros sectores económicos, incluidos los importadores que arruinan a los industriales.
El acomodamiento de la burocracia gremial implícito en el cambio de lo que quiere decir Andi y el bochornoso espectáculo de la embajada con la que Uribe premió al director de la asociación de los pequeños y medianos industriales que respaldó el TLC con Estados Unidos, en parte explican por qué la desprotección de este sector es mayor que la del agro y por qué también, sobre todo en el caso de los no monopolistas, se produce con el lastre de las decisiones del Estado en todos los órdenes (aranceles, tasa de cambio, impuestos, créditos, tasas de interés, prácticas comerciales, respaldo científico y tecnológico, etc.).
Consecuente con su pasado como ministro de César Gaviria, cuando aupó la apertura y hasta firmó un acuerdo con México lesivo para la industria nacional, Juan Manuel Santos empezó su gobierno reduciendo los aranceles industriales frente a todos los países del mundo, concesión unilateral que les regaló a los productores extranjeros otra porción del mercado interno y debilitó las finanzas públicas. Además de los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea, pretende otro con Corea, que le significará más daños a lo que queda de la industria instalada en el país, todo en un ambiente de alta revaluación, que les impide competir a quienes producen para el mercado interno o para exportar.
Un día los colombianos entenderán que la industrialización es uno de los prerrequisitos del progreso y el bienestar y tomarán las decisiones políticas que la hagan realidad.
En Colombia la gasolina es bastante más cara que en Estados Unidos –US$4.14 versus US$2.85/galón en enero pasado. Pero el ingreso per cápita de aquí es nueve veces menor que el de allá. Ese absurdo se explica porque Ecopetrol cobra por el petróleo mucho más que lo que le cuesta producirlo, porque los agrocombustibles son bastante más costosos que los combustibles extraídos de los hidrocarburos y porque los impuestos a la gasolina equivalen al 27 por ciento del precio final –y los del ACPM, al 18 por ciento. Los precios altos los justifica el gobierno diciendo que los combustibles los consumen los “ricos”, sugiriendo que cualquiera que posea un carro es un magnate. Cuentos. Todo el diesel y una parte importante de la gasolina lo consume el transporte público de carga y pasajeros que pagan, principalmente, los pobres y las clases medias cuando toman un bus o compran una panela. Y constituye una desproporción argüir que cualquiera que posea un vehículo particular es un oligarca que merece ser sometido a una feroz exacción. Con trucos como estos se reemplazan los impuestos que los verdaderos magnates no pagan.
Sí es una manguala. Hace semanas ya, se supo que el santo-uribismo en el Congreso modificó el censo electoral para excluir a los miembros del Polo, el único partido en oposición al gobierno de Juan Manuel Santos. Ese hecho inaudito, imperdonable en cualquier concepción elementalmente democrática, no provocó el repudio general de los analistas. El silencio ha sido la norma. Peor que el unanimismo que se pretende en torno a Santos en el Congreso es el que se impone fuera de él. ¿Esto es lo que llaman democracia? Y después se preguntan por qué el descrédito de los gobiernos colombianos en el exterior, salvo entre las trasnacionales que operan en Colombia, a las que hay que pagarles con el subdesarrollo nacional para que digan lo contrario.
Nadie sabe con certeza por qué los egipcios se aguantaron por tanto tiempo al correveidile de Washington que los avasallaba y por qué se rebelaron ahora y no antes. El papel de “florero de Llorente” que jugó el levantamiento de Túnez, por sí solo, no explica el fenómeno. Seguramente nunca logrará descifrarse qué hace detonar la rebeldía de los pueblos. Pero sí se confirmó algo sabido que con frecuencia se ignora: los países no cambian cuando cambian los dirigentes sino cuando cambian los pueblos y estos se deciden a cambiar a los dirigentes. Todos los que en la izquierda se han ido en contra de esta verdad se han estrellado o traicionado.